“El sufrimiento nos amenaza por tres lados:
desde el propio cuerpo […] condenado a la decadencia y a la aniquilación
[…] del mundo exterior capaz de encarnizarse con fuerzas destructoras implacables
[…] de las relaciones con otros seres humanos”. (Freud, S. (1930). El malestar en la cultura. pp.3025).
Hace un par de años, en la Ciudad de México (19 septiembre 2017), volvió a ocurrir un sismo cuya magnitud causó, una vez más, una tragedia. Ya bastante era la fecha, otra vez 19 septiembre donde se preparó un simulacro por el aniversario de aquél terremoto que destruyó buena parte de la ciudad en 1985, sin esperar que justo ese día, habiendo transcurrido sólo dos horas con catorce minutos, volviera a temblar.
En esta ocasión el epicentro fue tan cercano a la ciudad que, pese a no tener la magnitud que el del ’85, otra vez la ciudad y sus habitantes sufrieron los estragos de la devastación. Si bien, en comparación con el del ’85, el daño que este último sismo provocó, muchos lo describieron como sólo el 30% del anterior.
Sólo un 30%... pero el daño provocado atravesó la ciudad provocando edificios colapsados, derrumbes con personas atrapadas, fugas de gas, heridos y la pérdida de vidas desde Xochimilco, Coapa, Del Valle, Narvarte, Condesa, Roma y Lindavista. La onda sísmica, casi literalmente, partió la ciudad. Las escenas en todas estas zonas, no las únicas, pero sí las más golpeadas en esta ocasión, se repitieron como hace 32 años en aquél terremoto el ’85.
Ahora bien, para el psicoanálisis, la noción de trauma tradicionalmente se relaciona con la idea de una repetición patológica, donde aquello que a nivel emocional causa tal impacto que, al no ser posible en el momento simbolizarlo para poder elaborarlo, de forma inconsciente el sujeto que lo padece, lo repite en la acción; en otras palabras, lo que no podemos simbolizar, lo repetimos en la acción en búsqueda de una respuesta.
Sin embargo, en el caso que se cita al inicio de esta ocasión, un evento traumático pero causado por un desastre natural, tenemos que entenderlo desde otras aristas también. Hay que considerar que la vivencia traumática suele estar asociada a la experiencia de una condición de vulnerabilidad que implica un modo de funcionamiento psíquico donde predominan respuestas somáticas y de conducta que se expresan en una diversidad de manifestaciones y que implican un funcionamiento psíquico con dificultades para procesar el evento. La condición que es imposible dejar de lado, es que en gran medida la elaboración de la situación traumática dependerá de la forma en que haya sido vivida.
Para todos, el pasado sismo fue una experiencia muy fuerte, pero para aquellos que al estar expuestos a una vivencia de esta magnitud, a nivel emocional ¿Qué es lo que sucede? ¿Cómo continuar después de una vivencia traumática de esta naturaleza?
En la últimas décadas se ha desarrollado la noción de resiliencia, la cual se define como la capacidad humana de enfrentar, sobreponerse y ser transformado por la experiencia de adversidad.
El término resiliencia es tomado de la ingeniería de metales donde dicha capacidad en un material hace alusión a la energía de deformación que puede ser recuperada de un cuerpo deformado – hasta su límite elástico – cuando cesa el esfuerzo que causa su deformación.
Ahora bien, tener capacidad de resiliencia no es algo extraordinario, se puede lograr en cualquier sujeto que logre una capacidad de recuperación ante los embates de la vida.
Ser resiliente no implica ser insensible puesto que es una capacidad que nos orienta al futuro, pero ante todo nos orienta a la acción. Esta capacidad puede ser aprendida, no es un rasgo de personalidad innato o inherente a unos y a otros no.
Desde una perspectiva psicoanalítica, la resiliencia, enfatiza la idea de transformación que se produciría a partir de condiciones adversas. En otras palabras, sería una evolución de la vulnerabilidad donde lo traumático, de la mano de un encuentro vincular significativo, active potenciales subjetivos transformadores.
De ninguna manera, las actitudes y comportamientos sobre adaptados, pese a que en apariencia permitan formas exitosas de afrontar la adversidad sería posible considerarlas un desarrollo resiliente, ya que no implicarían transformación alguna y estarían más cercanas a defensas de tipo maniaco donde se terminan por devaluar el papel de los vínculos al desmentir o negar necesitarlos.
En el desarrollo resiliente el valor de los vínculos (tener relaciones significativas) es crucial, puesto que se trata de tener la confianza en otro (redes de apoyo) que se brinda para configurar un apego seguro, en otras palabras, es la posibilidad de lograr un vínculo con una figura de confianza que va a estar disponible y receptiva. La confianza en otro, incrementa la autoconfianza.
Para el psicoanálisis en todo vínculo coexistirán las corrientes amorosas y las hostiles y esta percepción subjetiva de un sostén constituye el balance inconsciente de la ambivalencia entre lo que se percibe como apoyo de otro y su hostilidad; por ello, es importante conocer el papel de las redes vinculares como tramados de objetos internos y personas tangibles de las cuales el sujeto obtiene apoyo y rechazo que dan diferentes grados de sostén y se asocian a distintos modelos y enunciados identificatorios de su propia historia de vida.
El desarrollo resiliente frente a la adversidad consiste en una metamorfosis subjetiva, producto de la activación de un potencial que sirve para la creación de condiciones nuevas, transformando así lo traumático con la existencia de vínculos intersubjetivos – redes de apoyo –. Para considerar que este proceso se puede producir es necesario que haya pasado un cierto tiempo del evento disruptivo, en donde se pueda percibir un cambio psíquico de verdadera transformación, donde se logre el desarrollo de recursos yoicos y se otorgue un valor a los vínculos.
Los embates de la vida pueden ser soportables si logramos convertirlos en un relato. De esta forma, en un evento disruptivo que logra impactarnos profundamente a nivel emocional, en el momento se produce esa marca, esa herida que no alcanzamos a procesar. Para lograr quitarle la preligrosidad a las imágenes, a los recuerdos que se agolpan, es importante asociarlos con palabras, pero que no queden como islotes sin conexión una con otra, sino que sean susceptibles de insertarse en una narrativa que ayude a explicarnos a nosotros mismos lo que vivimos, lo que nos provocó sentir, que nos ayude a comprender la forma particular en que nos impactó.
Sin embargo, no se trata de escribir un registro fenomenológico o de hacer un ejercicio de metonimia, si no de lograr crear a partir de figuras retóricas que den sentido (por ejemplo: una libertad que pesa), que permitan expresar la antítesis o la coexistencia que no es ambivalencia. Para lograr la metamorfosis del horror hay que crear lugares donde se exprese, en un texto legible y que de sentido, la emoción que afecta; así la escena se convierte en relato, en reivindicación.
De esta manera, la subjetividad resiliente es más cercana al escriba que narra y crea, que se adapta para crear nuevas opciones a lo que parece no tener salida. La creación y el sentido del humor es lo que a todos nos puede salvar. Estaría más cercano a la fluidez de los procesos psíquicos, a la posibilidad de lograr esa plasticidad que permita adaptarnos en la adversidad y seguir creando, en contra posición a la rigidez y al empantanamiento de la psicopatología.
Pese a que el concepto de resiliencia es tomado de la ingeniería de metales, al hablar de una subjetividad no implica sólo “resistencia” o una capacidad de “volver al estado anterior”, esto iría totalmente en sentido opuesto a la posibilidad de creación – elemento indispensable para lograr una verdadera transformación –.
Desde una perspectiva psicoanalítica, un desarrollo resiliente implica entonces la transformación de la subjetividad que logra convertir el daño en fortaleza y evitar que la herida (traumática), devenga en minusvalía. Las heridas, las marcas que deja un evento traumático no pueden negarse o menospreciarse con optimismo o defensas maniacas. Estudiar la resiliencia implica estudiar el problema de la adversidad y la adaptación, al Yo, el funcionamiento psíquico en términos de sus mecanismo de defensa, los vínculos que logran ser redes de apoyo (tramados de solidaridad) para dar un panorama completo de la posibilidad de esa transformación subjetiva que logre desarrollar recursos nuevos (creación) que ayuden a superar una crisis.
Estos potenciales de transformación, pueden también desarrollarse en el vínculo transferencial en un análisis entre el paciente y el analista, donde se construyen esos relatos que logran ese cambio de lugar, es decir, que transforman el posicionamiento subjetivo frente a la adversidad.
It ain't the end of the world, buddy Life rolls along like before There's a twist and a turn To each lesson you learn First you're up then you're bust Living life on a crust But it ain't the end of the world It's only a fly in your soup If your car falls apart Or a broad breaks your heart It's a stink, just a kink Nothing more…
George Segal And Blu Mankuma – It Ain't The End Of The World
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