Una perspectiva psicoanalítica para su diferenciación y tratamiento.
Desafortunadamente, hoy en día es frecuente escuchar a las personas decir que han sufrido un “ataque de ansiedad”; sin embargo, esa vox populi no alcanza a reconocer de lo que en verdad se trata.
Si primero pensamos en los conceptos de ansiedad, angustia y estrés tenemos que reconocer que éstos han sido confundidos a lo largo del tiempo. Así mismo, han sido abordados por diferentes paradigmas tratando de delimitar sus diferencias, etiología y tratamiento.
Al hablar de ESTRÉS, quizás el que de forma más nítida podemos diferenciar, subrayamos que es el resultado de la dificultad del sujeto para dar respuesta a las demandas del medio ambiente. Ante el menor cambio (ambiental o emocional) al que se expone una persona puede sentir un cierto grado de presión; esto último implica estar sometido a un apremio o frustración, ante situaciones o eventos en los que no del todo se tiene el control, pero puede llegar a se algo cotidiano mientras no incapacite al sujeto. Cuando se vuelve patológico y requiere de tratamiento, es cuando la presión es asfixiante y paraliza al sujeto en la toma de decisiones, ahí es pertinente buscar iniciar un psicoanálisis para identificar qué es lo que nos paraliza y poderlo enfrentar de forma constructiva, pero sobre todo evitar que se repita posteriormente.
En lo referente a la ANGUSTIA, reconozcamos primero que, es parte de la existencia humana, todos podemos llegar a experimentarla moderadamente y, de esa forma, ser parte de una respuesta adaptativa y en estos parámetros una experiencia normal. Así, posee una función facilitadora de respuesta para el individuo al ser un mecanismo biológico de protección y preservación ante posibles daños presentes para el sujeto desde la infancia. La angustia real, aparece ante la relación que se establece entre el yo y el mundo exterior, es como una advertencia que alerta de un peligro real en el ambiente.
Para el psicoanálisis, nos topamos desde su raíz histórica en Freud el uso de la palabra alemana angst (cuya traducción literal del alemán es miedo), que origina un problema terminológico y cierto número de controversias entre sus traductores ya que en alemán no corresponde ni a <<angustia>> ni a <<ansiedad>>.
Sin embargo, desde el siglo XVIII, por tradición los traductores de Freud, se han decantado por la opción de <<angustia>>, y en su variante anglosajona: “anxiety”. Justo por dicha influencia anglosajona se popularizado el termino “ansiedad”, pero en los textos psicoanalíticos lo correcto es seguirlo leyendo como referente a angustia. En sentido estricto cuando la vox populi habla de “crisis de ansiedad”, solo está haciendo uso de la traducción textual del inglés que hace referencia a una crisis de angustia.
Ahora bien, al referirnos a angustia comprendemos que se refiere a algo más próximo a una condición existencial, a un sufrimiento de algo que es volcado hacia el propio sujeto.
Así, por lo general, engloba la combinación de distintas manifestaciones tanto físicas como emocionales que no son atribuibles a peligros reales. Sus manifestaciones pueden presentarse como crisis siempre que hablemos de un estado persistente o difuso.
No perdamos de vista que en la angustia se subraya su cercanía con el miedo; sin embargo, este último se caracteriza por ser una perturbación cuya presencia está dada por estímulos presentes. Mientras que la angustia se relaciona con la anticipación a peligros futuros, no definidos e imprevisibles. No obstante, ambos coinciden en algunas formas de expresión, por ejemplo: pensamientos de peligro, sensaciones de aprehensión, reacciones físicas y respuesta motora.
La angustia es un emisión difusa, que ocurre sin causa aparente y quizás la describiremos mejor como una sensación de aprehensión para el individuo. La característica más específica es su carácter anticipatorio que, en otras palabras podríamos describir como una capacidad de prever o señalar el peligro o amenaza, siempre inespecífica, para el sujeto que la experimenta.
Cuando sobrepasa la normalidad en términos de los parámetros de intensidad, frecuencia, duración o al ser relacionada con estímulos no forzosamente amenazantes, es cuando provoca manifestaciones patológicas tanto a nivel funcional como emocional, es ahí que podemos identificar la angustia neurótica. Si bien también puede verse como una señal de alerta ante un peligro, su origen se encuentra en los impulsos reprimidos del individuo, siendo esto la base de toda neurosis.
Para la teoría psicoanalítica, la angustia con la que el neurótico lucha es causada por el conflicto interno entre un impulso inaceptable (inconsciente) y una contra fuerza aplicada por el Yo. Para Freud, la angustia es un estado afectivo en el que aparecen sensaciones de aprehensión, sentimientos desagradables, pensamientos molestos o inaceptables y cambios físicos. Así, subrayó los elementos subjetivos puesto que son el componente que implica, en sí mismo, el malestar propio en la angustia.
La angustia patológica genera trastornos como: crisis de angustia, per se o dichas crisis manifestadas como consecuencia secundaria de otras patologías (neurosis obsesiva o depresiones, por citar algunas), experimentando un estado de indefensión que coarta su libertad, implicando un grave deterioro de su funcionamiento físico, emocional y social. Puede presentarse también acompañado de una preocupación excesiva, dificultad para dormir, miedos irracionales, tensión muscular, indigestión frecuente, inseguridad, temblores, náuseas, sudores.
Para Freud, toda neurosis es un trastorno emocional que se expresa en lo psíquico, con o sin alteraciones somáticas y con una leve deformación afectiva del sentido de la realidad (por ejemplo “nadie me puede querer”, “soy fea”, “soy enojón”), que impacta sobre la calidad de las relaciones sociales o interpersonales así como en la expresión de otros conflictos psicológicos. Aquí es donde se enlaza la angustia, que enfatiza una vez más, la referencia a un estado puramente mental del sujeto, sumándole elementos como inmadurez emocional, dependencia afectiva, sentimientos de inferioridad y/o inseguridad.
La forma principal de tratamiento es iniciar un terapia. En un psicoanálisis se busca que sea resolutivo a tu padecer y no sólo una intervención cosmética. Se busca poder encontrar de raíz la causa, los elementos albergados en el inconsciente que para una parte del sujeto no están siendo aceptables y que a la vez pujan por ser expresados, provocándole experimentar un angustia excesiva y por lo tanto, patológica. En un psicoanálisis, buscamos deconstruir la historia del paciente para darle la justa dimensión a su mundo afectivo que le permita reencontrarse consigo mismo, quitándole la peligrosidad a los afectos que le son disruptivos. Así, gradualmente, se sentirá listo para comprender los contenidos que, por ahora, siente como inaceptables y podrá reconocerlos como propios, construyendo a la par herramientas más sanas para funcionar al utilizar el nuevo conocimiento sobre sí mismo adquirido en el proceso terapéutico; logrará reinventarse, al poder contarse a sí mismo su propia historia sin malos entendidos o secretos, fortalecido, desde un lugar que no resulte tan costoso a nivel emocional logrando frenar la forma en la que se repite a sí mismo.
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