Ha sido un largo tiempo entre el subir y bajar de los contagios, al punto que, tal parece que se ha ido normalizando el impacto de dicha información, es decir que parece como una especie de acostumbramiento al oscilar entre un lock down estricto y una reapertura que promete la ansiada estabilidad, donde dejamos por un momento de ser conscientes de la importancia de seguir cuidándonos.
A esto hay que aunarle los esfuerzo por construir una vacuna que alienta a seguir adelante para sentirnos más seguros en la convivencia con otros. Si bien el desarrollo científico ha sido un esfuerzo sin precedentes en la historia de la humanidad, aún tenemos que aprender a leerlo con cuidado y con paciencia por la lentitud del proceso de vacunación.
Por supuesto, no es posible dejar de lado que la pandemia está atravesada por varias vías que corren de forma paralela al drama humano que viven aquellos que han sido contagiados, podemos ver a simple vista el tema económico, político, social que se denuncia en las inequidades ya existentes que pueden polarizarse; todos importantes y con consecuencias graves de no ser atendidos a la brevedad, pero que a la vez se antepone a ellos la salud pública, haciendo así un escenario por demás complejo de resolver.
Sin embargo, de lo que casi nadie habla es de la otra vía que corre sin freno y que también ha ido ocasionando un impacto y, por supuesto, dejando secuelas importantes: los problemas en torno a la salud mental.
La secuelas que ha dejado y dejará a su paso la COVID19 serán tremendas, sobre todo aquellas que son consecuencia del trauma que encierra todo el proceso de la pandemia, del confinamiento, de las pérdidas y procesos de duelo traumáticos, de los estragos socio-económicos que las familias están sufriendo.
El impacto emocional que no es de poca monta y que afecta la salud mental de los individuos está relacionado con los cambios brutales que se han atravesado y que afectan la cotidianidad pero también alcanzan los objetivos personales, la dinámica familiar, el rol laboral que se tenía y, por ende, su estabilidad económica. Para muchos, ha implicado una renuncia a todo lo que conocían como parte de su vida y la adaptación a nuevos modelos o alternativas no es un proceso ni fácil y menos inmediato.
Este impacto que, las más de las veces está siendo mudo, llega a través de diversos mecanismos y se activa de forma simultánea: así los múltiples traumatismos emocionales a los que un sujeto puede estar expuesto, no llegan desde un solo flanco; por el contrario, tan compleja es la situación que se vive que se experimenta como si se tuvieran diversos frentes de batalla a la vez y que le otorgan a la vivencia su cualidad traumática. Así no ha habido un tiempo para procesar todos lo eventos que encierran y que se van agolpando, sólo ha quedado espacio para irlos acumulando.
El tema de la salud mental también será otra emergencia que requerirá de una acción urgente, que logre la atención, la prevención y la reparación de las heridas emocionales que quedan como secuelas y que gritan de formas muy variadas a través de síntomas como: la ansiedad, el insomnio, el miedo al contacto con otros, miedo o preocupación de volver a salir, afectación a las habilidades para socializar, apatía y desinterés por el futuro, depresión experimentada de forma aguda, la dificultad de elaborar los procesos de duelo que, dadas las condiciones, son procesos patológicos ante la imposibilidad de elaboración inmediata, la presencia de síntomas psicosomáticos, así como alteraciones en los hábitos alimenticios, entre muchos otros. Incluso, la falsa tranquilidad que un periodo "vacacional" puede brindar, cuando no hay lugar cien por ciento seguro, por ahora, a donde ir.
Lo mismo ocurre con los comportamientos familiares, donde se niega por completo el riesgo al contagio haciendo una equivalencia equívoca: “si es un contacto de confianza, es seguro”. Parte de la dramática que encierra la pandemia es que un alto porcentaje de los contagios son ahora intrafamiliares. Pese a que sean parte de los vínculos más cercanos, de confianza como para hacerlos confidentes de nuestras vivencias, hoy en día eso no hace el encuentro seguro en temas de contagio. Desafortunadamente, al negar el riesgo real, hace que muchos bajen los brazos en temas de seguridad y cedan a la demanda de encuentro por parte de la familia.
Otro escenario es, para aquellas familias que el confinamiento los atrapa en una dinámica nociva, hace que se vean incrementadas las escenas de violencia doméstica, de aislamiento, de soledad, de duelos no resueltos - traumáticos y patológicos -, de ver la ansiedad de aquellos que sus empleos no les permite mantener una aislamiento y ven como necesario salir y correr ciertos riesgos de exposición. Así, toda la sobre carga emocional que pueden atravesar los hace enfrentarse a diversas dinámicas que terminan por explotar en conflictos sin tener la posibilidad de descolocarse físicamente de diversos actos de violencia.
Para otras familias que poseen algún miembro cuyo trabajo demanda la presencia física o son personal de trabajos esenciales, se ven sumergidos en un desgaste profesional tremendo o, incluso, en el riesgo de padecer un estrés postramáutico que llevan a desarrollar otro tipo de trastornos a largo plazo. Eso lo veremos, sobre todo en el personal de salud (médicos, enfermeras, camilleros, afanadores, personal de intendencia hospitalaria, etc.), que se ha tenido que aislar de sus propias familias para no contagiarlos y a su vez en las familias de éstos que ya los han perdido.
No podemos dejar de lado, a aquellas familias que desafortunadamente, han tenido familiares contagiados y tienen que ser ahora los cuidadores de personas enfermas o dependientes, lo cual se anuda a las complicaciones económicas que se pueden vivir en el núcleo familiar y que son también causantes, a largo plazo, de problemas de salud mental. No olvidemos que atender la COVID19 o sus secuelas físicas, resulta ser tremendamente caro, ya sea por el ingreso a un hospital privado 10 o 15 días, si no tuvo otra complicación o, en los hospitales públicos el atender a un paciente a su egreso del hospital; en cualquiera de estos dos escenarios implica gastos tremendos para una familia.
Poco se habla y se subraya la importancia que tiene procurar la salud emocional de la población, ya sea por haber sido contagiados o por las secuelas que presentan ante los cambios ambientales a los que la población en general se ha visto expuesta. Para los primeros, se ha observado que 1 de cada 3 sobrevivientes de la COVID19, desarrollan efectos secundarios que comprometen la salud mental dentro de los 3 meses posteriores a la infección, la más comunes, son la ansiedad, los trastornos del estado de ánimo y las secuelas emocionales que dejan a su vez las secuelas del contagio que son múltiples.
Todas estas alteraciones en nuestra forma de vida habitual están también dejando consecuencias y de forma silenciosa siguen su avance. En los últimos meses, poco antes de que se cumpliera el año de haberse declarado la presencia de la pandemia a nivel mundial, empecé a ver el cambio en mi consulta: los pacientes que empezaban a llegar presentaban secuelas ante de el confinamiento, además de las pérdidas que como se ha descrito son variadas, presentaban problemas de ansiedad, insomnio, cuadros psicosomáticos graves y una depresión que colinda más con la clínica del vacío, con la desesperanza y hacen que el cuadro se agudice aún más (tema que desarrollaré en otra publicación, la actualmente llamada tristeza COVID).
La secuela emocional que la pandemia dejará de saldo, nos enfrenta a otra emergencia de salud, la salud mental de la población en general. Entre los cambios, resistencias, defensas maniacas (devaluación, triunfo ilusorio sobre la pandemia, enfermedad o contagio, omnipotencia que sostiene un evasión al riesgo de contagio) y la negación de algunos que no son estrictos en su medidas de cuidado; entre las pérdidas (personales, familiares, laborales, de vida) y las renuncias a los modos de vida ya conocido de otros, que intentan hacer lo que más pueden para adaptarse y mantenerse seguros, es importante y urgente también que sean tratadas a tiempo y acorde al vivencia subjetiva que cada quien atraviesa.
El padecer físico en eso es completamente diferente al padecer emocional, el primero tarde que temprano pese a que el proceso sea complicado y depare molestias o dolor, por lo general es finito. El segundo, el dolor emocional, mientras no sea tratado, sea cual sea su origen lo mantenemos vivo y vigente a cuestas, donde no forzosamente tenemos que reconocerlo, pero de forma inconsciente sigue activo y vemos sus efectos en los síntomas, en las formaciones del inconsciente, en los contenidos transgeneracionales.
Por ello, es crucial ponerle palabras, intentar ligar simbólicamente para poder seguir pensando y alcanzar a procesar todo el impacto emocional que, pese a que podamos considerar que algunas modificaciones que hemos tenido que aplicar parecen de poca importancia, al ser implementadas de forma intempestiva y por un periodo prologado, cobran ahí su carácter traumático.
Así es de vital importancia seguir procurando la preservación de la integridad física, el no confiarnos y no bajar los brazos para poder seguir cuidándonos mejor. Es importante aprender a ser realistas, no para caer en pánico ni en la desesperanza, sino para lograr adaptarnos a un escenario que si bien tiene una nota de incertidumbre sigue lentamente cambiando. Sólo necesitamos de un instante para contagiarnos, no cedamos a la tentación de creer que ya está "todo resuelto", avanza lentamente, pero aún no está superado.
De igual forma es necesario preservar la integridad emocional, buscando la forma de seguir pensando, ligando el proceso subjetivo a la palabra para poderlo elaborar y lograr así adaptarnos. Recuerda que también el sufrimiento mental resultante es tremendamente costoso a nivel emocional y, además va en detrimento de tu calidad de vida en todas sus áreas.
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