Ser psicoanalista es saber que todas las historias terminan hablando de amor.
Julia Kristeva
Como psicoanalistas sabemos que todos los relatos de nuestros pacientes terminan hablando de amor: fraterno, filial, de pareja, de amigos, de amantes, eternos, ideales y hasta imposibles… hablemos entonces sobrel el amor y el psicoanálisis.
El amor en todas sus formas constituye la realización de lazos y vínculos que se gestan a lo largo del desarrollo cada sujeto y en los que se reproducen y repiten identificaciones enraizadas en los fueros más íntimos del sujetos y, por consiguiente, inconscientes.
La cuestión del amor ha intrigado a la humanidad a lo largo de la historia, ya que está en el núcleo de nuestras relaciones sociales. El amor se percibe en la cultura como algo que da un propósito único a la existencia y como una expectativa que algunos individuos esperan experimentar en algún momento crucial de sus vidas. Sin embargo, el amor, al implicar la conexión con el otro, no puede ser considerado únicamente como un vehículo hacia la felicidad; también conlleva una imposibilidad subjetiva, una dimensión de conflicto emocional y de queja humana. Este aspecto revela que una parte del amor opera en el nivel del inconsciente, involucrando sufrimiento humano y la complejidad del encuentro con otros y con la falta, elementos fundamentales en la constitución de la subjetividad.
Discutir el tema del amor en psicoanálisis implica explorar un camino fundamental tanto en la práctica como en la teoría de esta disciplina. Desde los primeros estudios de Freud, el amor ha sido un tema central junto con el odio, capturando gran parte de su interés en la psique humana. Freud dedicó una parte significativa de su trabajo al amor de transferencia, que se convirtió en un eje importante de la práctica psicoanalítica.
Además del amor de transferencia (Freud,1915), Freud también se ocupó del amor hacia uno mismo como un aspecto fundamental en su obra, aunque solo fragmentos de estas teorizaciones fueron publicados. A través de la correspondencia con Jung, se pueden entrever las preocupaciones de Freud sobre el amor. Aunque no se puede afirmar que el psicoanálisis tenga una teoría completa del amor (Roudinesco, 2008), como lo tiene por ejemplo del Complejo de Edipo, aún así se pueden extraer algunas reflexiones sobre el amor y su destino.
En "Tres ensayos para una teoría sexual", Freud (1905), postula que: “El encuentro con un objeto es en realidad un reencuentro”, sugiriendo así que desde una edad temprana, el sujeto está impulsado por una profunda nostalgia, que lo lleva a una búsqueda constante de un objeto amado. Freud describe los diferentes vínculos amorosos que establece un niño, desde la infancia hasta la pubertad, donde la madre juega un papel central como el primer objeto de amor.
Freud también introduce el concepto de latencia, un período en el desarrollo infantil donde la pulsión está dividida entre una parte sexual activa y otra más tierna. En la pubertad, el sujeto busca reemplazar a la madre con un nuevo objeto de amor, pero esto puede generar angustia debido a la relación entre el nuevo objeto y el objeto original perdido, lo que puede desencadenar sentimientos de culpa incestuosa relacionados con la prohibición primaria y la castración.
El amor dentro del marco psicoanalítico trasciende la mera pulsión y se adentra en la esfera del Yo del sujeto, que se convierte en objeto de amor a través de la idealización del propio Yo, vinculado estrechamente con el narcisismo de cada sujeto. Freud, en su obra "Introducción al narcisismo" (1914):
[…] Aquí, como siempre ocurre en el ámbito de la libido, el hombre se ha mostrado incapaz de renunciar a la satisfacción de que gozó una vez. No quiere privarse de la perfección narcisista de su infancia, y sino pudo mantenerla por estorbárselo las admoniciones que recibió en la época de su desarrollo y por el despertar de su juicio propio, procura recobrarla en la nueva forma del ideal del yo. Lo que él proyecta frente a sí como su ideal es el sustituto del narcisismo perdido de su infancia, en la que él fue su propio ideal. (Freud, 1914).
Así, sugiere que amar implica poner atributos que corresponden al Yo Ideal del sujeto en el otro y así amarlo justamente por eso. El individuo busca mantener la perfección narcisista de su infancia al proyectar dichos ideales en otro ser, creando así un objeto de amor que ejerce poder sobre él.
Al respecto postula Freud en El malestar en la cultura (1929):
“Nada más natural que obstinarnos en buscar la dicha por el mismo camino siguiendo el cual una vez la hallamos. El lado débil de esta técnica de vida es manifiesto; si no fuera por él, a ningún ser humano se le habría ocurrido cambiar por otro este camino hacia la dicha. Nunca estamos menos protegidos contra las cuitas que cuando amamos; nunca más desdichados y desvalidos que cuando hemos perdido al objeto amado o a su amor. Pero la técnica de vida fundada en el valor de felicidad del amor no se agota con esto: queda aún mucho por decir”.
Amar, según la teoría freudiana, implica atribuir al otro las características del propio yo ideal y amarlo por esas cualidades. El sujeto que ama queda expuesto al vínculo establecido con su objeto de amor, dejando vulnerable su propio ser ante la posibilidad de pérdida o de convertirse en un mero objeto para el otro.
Los escritos de Freud muestran cómo el tema del amor adquiere cada vez más importancia. Desde 1905, en "Tres ensayos para una teoría sexual", Freud distingue entre las pulsiones sexuales parciales y el amor hacia un objeto sobrevalorado, determinado por las experiencias infantiles y el deseo de recuperar lo perdido.
En textos posteriores, Freud (1910, 1912), explora como a partir del narcisismo y las pulsiones sexuales sexuales del sujeto, el Yo aparece también como un objeto libidinal para el sujeto. En otras palabras, para que un sujeto pueda amar, es condición esencial que se instale previamente el narcisismo en donde el Yo, pueda ser el intermediario entre el sujeto y aquel otro elegido como objeto amoroso. Destacando así, la importancia del narcisismo como precursor necesario para el desarrollo del amor hacia otro objeto.
Además, en "Más allá del principio del placer" (1920), Freud relaciona el Eros agrupa tanto al amor como a la pulsión sexual, encontrando su soporte en el narcisismo. Eros es entonces, esa energía que está relacionada con el amor y con la vida, con un proceso que unifica y que contrasta con la pulsión de muerte o Tánatos, asociada con la disolución y la fragmentación.
Freud también analiza el papel del enamoramiento en la psicología de las masas, señalando cómo el sujeto se subyuga al objeto amado y sobreestima sus cualidades. Este proceso implica una idealización del objeto amado y un sacrificio del propio deseo del sujeto en favor de este.
En resumen, los escritos de Freud revelan que la forma en que un individuo establece sus vínculos amorosos está influenciada por sus experiencias infantiles y la internalización de imágenes parentales. El amor se presenta como una ilusión que distorsiona el juicio del sujeto y lo lleva a idealizar al objeto amado, sacrificando su propio deseo en el proceso.
En el psicoanálisis, se reconoce una estrecha relación entre el amor y el deseo. El deseo, según Freud (1922), no es una expresión consciente que el sujeto pueda dirigir directamente hacia una meta, sino que es un impulso inconsciente que se manifiesta de manera velada y persistente. Este deseo inconsciente, en muchas ocasiones, está vinculado con las experiencias de satisfacción infantil que dejan huellas psíquicas y que el sujeto busca recrear.
Freud (1905) señala que el encuentro con un objeto de deseo implica, en realidad, un reencuentro, ya que el objeto deseado suele ser algo que el sujeto ha perdido previamente, como la figura materna en la infancia. El amor y el deseo están estrechamente relacionados, aunque el amor no siempre se dirige explícitamente por el deseo, si aparece como subordinado de los efectos de éste. Lo que está tamizado por el amor, se dirigirá a la unificación y a la creación y, lo que esté regulado por el deseo, pasará por el plano de la satisfacción.
Si bien el amor comienza por ser una elección narcisista que inicialmente toma por objeto al propio Yo antes de dirigirse a los objetos, Freud (1905) señala, que hay dos tipos de elección de objeto: una forma narcisista, que implica el amor por lo mismo, al propio Yo, donde el amor queda capturado en un imaginario de lo que se es, se fue o se debió ser y, otra forma que implica amar a otro que representa el modelo del objeto que soportó narcisísticamente, que cuidó al sujeto en la infancia. Esta segunda forma de amor aparece entre una elección narcisista imaginaria y el objeto reconocido en su alteridad, donde justamente al ser otro, empuja al sujeto al reconocimiento y búsqueda de aquello que se quiere tener.
Lacan retoma las ideas de Freud y propone que el amor es la carga libidinal depositada en un objeto para compensar una sensación de falta, así el objeto ilusoriamente puede completarlo.
Esta es la hipótesis de completud que comúnmente solemos escuchar en los enamorados: “es mi media naranja”, “me vino a completar”, “es todo lo búsqueba” o cono Neruda decía: “Todo lo llenas tú, todo lo llenas”.
El mismo Freud afirmaba que, este asunto de la completud resulta engañoso, puesto que el otro es ubicado por el sujeto como un objeto que colma la falta y porque pude saciarla, se le desea y se desea que ese objeto le ame.
Esta idea desmitifica la noción romántica de completud, ya que el objeto de amor nunca puede satisfacer completamente esa falta.
Lacan (1957,1961,1973), subrayaba que el sujeto que ama se propone a su vez como aquél que puede llenar a su objeto amado, saciar también su falta, ubicándosela como objeto de deseo para él. Uno y otro se complementarían en el plano imaginario.
También Lacan (1958), en el Seminario 5, postula que: “Amar es siempre dar lo que no se tiene” y que reforma en el Seminario 12 diciendo: “El amor es dar lo que no se tiene, a alguien que no quiere eso” (1965).
De nuevo, vemos como se rompe la idea romántica de completud, pues to que es imposible completar al otro, en tanto que el objeto de amor sólo hace semblante y en tanto no hay unidad posible entre uno y otro.
Años más tarde Lacan (1974), sostiene que: “No hay relación sexual”, ya que el acto sexual revela la falla estructural del amor, ya que cada sujeto no pude gozar más que del propio cuerpo, implicando así un desencuentro entre los sexos.
Es decir, en lo referente a la relación sexual, la única posibilidad para el sujeto es la de ubicarse desde su propio lugar y cuerpo.
En el goce del cuerpo, como escribió García Márquez (2004): “El sexo es el consuelo que uno tiene cuando no le alcanza el amor”
Algo del amor que opera del lado del fracaso, le deja al sujeto el goce del cuerpo, como una alternativa de resolver, suplementariamente una fallar estructural del amor.
Para Lacan (1977), si algo del amor falla es porque está ligado a la falla inaugural del sujeto, es decir al inconsciente.
Esta falla inaugural del sujeto, está a su vez relacionada con el encuentro de este con el Otro inicial, lo que marca el ingreso del sujeto al mundo y su inserción en la dinámica cultural y social.
En su Seminario 11, Jacques Lacan (1964) argumenta que el amor pertenece al ámbito de lo imaginario y lo narcisista, ya que implica amar al propio Yo en el acto de amar, lo que lo convierte en una ilusión susceptible de engaño: “No obstante, debido a su naturaleza engañosa y su conexión directa con la falta y el intento de "dar lo que no se tiene" (Lacan, 1958), Couso (2005) sostiene que: “el amor es una promesa que reconoce su propia falla, ya que logra evocar la carencia que lo determina”.
Es evidente entonces que para que el amor surja es necesario que lo anteceda lo engañoso, lo ilusorio que opera del lado de lo imaginario y, del lado en el que el sujeto coloca el deseo, éste que sólo es posible bordear y que siempre será metonímico, puesto que remitirá a algo más, se trata de un deseo por alcanzar, bajo promesa, que se sabe inconscientemente fallida, un objeto amoroso que reemplace al inicial.
Es sólo a través de la falta que pone en juego el deseo que el amor se hace posible para el sujeto. Un objeto que falta y otro que le llama, le hace de señuelo, semblante, se le desea, promete, seduce y representa, incitando al sujeto a la búsqueda.
El amor, tema recurrente en la poesía, la música y las conversaciones cotidianas sobre el sufrimiento amoroso, es inseparable de la sexualidad tal como se entiende en el psicoanálisis. El amor que fascina con el cuerpo del otro y activa el deseo del sujeto, permitiendo la convivencia entre individuos y no solo la operación de la pulsión de muerte.
El amor como el inconsciente están marcados por la falta, esa que para el psicoanálisis constituye la estructura y subjetividad y que también influye en la formación del lazo social.
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