A un año y meses de haber sido declarado el inicio de la pandemia en el mundo (13 Marzo 2020), desafortunadamente, en vez de ser más conscientes de los riesgos reales que implica, de cierta forma, hemos ido “normalizando” la cotidianidad, sobre llevando la vida entre una “normalidad” atípica y un automatismo que no cuestiona las confusas indicaciones que se han venido formulando, que incluso, al mejor intencionado le puede hacer errar.
En ese devenir, si bien al principio, hablábamos del impacto emocional que tuvo en todos, el dar cuenta como la vida que conocíamos no estaba más de frente al SARS-COV-2, nos vimos forzados a aceptar que lo que teníamos era una nueva realidad, lo cual implica ya un esfuerzo tremendo a nivel emocional para, gradualmente, irlo aceptando.
Al final, se subraya la importancia de que ese impacto emocional tenía debido, a su vez, al impacto económico donde para muchos ha sido perder la fuente de ingresos, al confinamiento voluntario, al aislamiento, la soledad, la angustia, el miedo, la tristeza, la desesperación, la depresión, las separaciones, las pérdidas y, sobre todo, para muchos el tener que enfrentar un duelo patológico, ya que en medio de las condiciones que ante la Covid-19 se imponen, se convierte de inmediato en un “adiós sin despedida”. Así, toda la tragedia humana que encierra la pandemia, permitió visibilizar la importancia de la salud mental.
Es cierto que después de un año y meses, podemos sostener como la segunda crisis grave será en términos de salud mental para la población a nivel mundial. Es la misma OMS, quien estima que “los desórdenes del ánimo son la cuarta causa de pérdida de una calidad de vida para una persona debido a la incapacidad que le puede generar, entre ellos, el principal es la depresión”.
Es por ello, que la depresión es una consecuencia del proceso pandémico, para sujetos que se han contagiado y para quienes lograron mantenerse fuera de la cadena de contagio. Es la consecuencia silenciosa, cuya instauración es sutil, de no estar atentos de preservar nuestra integridad física y emocional de forma constante, y será visible hasta que alcance sus formas más graves.
¿Es lo mismo cuando hablamos de tristeza y de depresión? No, son completamente distintas. La primera es la respuesta normal y, hasta esperada, ante ciertos embates o pérdidas en la vida. Si no conseguimos el aumento de sueldo, al postularnos a un trabajo y no recibir llamada para seguir en el proceso de entrevistas, el que un noviazgo termine, el atravesar por el proceso de divorcio o el fallecimiento de un ser querido al cual le podíamos hacer un funeral, por ejemplo, nos pondrá tristes y tendremos que hacer ese proceso de duelo para poderlo tramitar. La respuesta es natural, pero pasajera, sólo mientras el proceso dura, pero se mantiene la energía para buscar opciones y movernos de lugar.
La depresión clásica, en general, es por completo diferente. Es algo persistente, el acompañamiento de la familia o amigos, es importante y es parte de la redes de apoyo y fuente de mensajes de aliento, pero para un sujeto deprimido, puede resultar ineficaz al no lograr darles sentido al vivirse devorado por la apatía, la culpa o los sentimientos de auto devaluación. La depresión tiene solución, no cura, y para solucionar los conflictos subyacentes que la provocan necesitamos de un tratamiento profesional (psicoterapéutico, psicoanalítico o psiquiátrico). Los síntomas a través de los que se manifiesta son:
Tristeza o irritabilidad inusuales y persistentes, incluso si las circunstancias cambian.
Pérdida de interés y de placer en situaciones que antes lo provocaban.
Apatía.
Cansancio.
Pérdida de energía.
Fallas en la atención.
Pérdida del apetito o alteraciones en la alimentación.
Alteraciones del sueño.
Visión negativa de la vida y de sí mismo.
Desesperanza del futuro.
Emoción dolorosa sobre dimensionada.
Expresión pobre de afectos.
Llanto espontáneo y sin motivo.
Aislamiento social (con la pandemia, quedó acentuado por el imperativo que vino del exterior).
Baja autoestima.
Sentimientos de desesperanza.
Ahora bien, al atravesar una crisis circunstancial como la pandemia, que implica restricciones, pérdidas de diversas formas (trabajo, forma de vida, rutinas, movilidad, separaciones o divorcios, etc.), no sólo por el fallecimiento de un ser querido, el confinamiento voluntario, los cambios de rutinas vividos como imposición, el contacto con otros restringido, el miedo al contagio, las parejas que no han sobrevivido a pasar más tiempo juntas y que en el confinamiento se denunciaron los puntos ciegos que tenía su relación y que con el ajetreo de la vida y las pocas horas de convivencia por “salir” a trabajar se mantenían a flote, por citar algunos elementos, deja como secuelas emocionales (te hayas contagiado o no), el riesgo de padecer depresión y ansiedad, más aún cuando este drama transcurre en silencio, lo que lo vuelve por completo traumático.
El confinamiento ya de por sí, lleva a modificar los hábitos y rutinas que se habían estructurado por años, más ahora, con el home office o home schooling. Si a esto se le añade el no estructurar nuevos horarios, incorporar nuevas rutinas y hábitos que procuren la integridad física y emocional, se pueden empezar a desgranar de esta situación una serie de síntomas que afecten silenciosamente a la población.
Por ejemplo, el comer con la computadora al lado, en no hacer cortes en las jornadas de trabajo, no sólo afecta lo físico por la vida sedentaria que se propiciaría, sino que pueden incrementar alteraciones en los patrones de alimentación como los atracones de comida o periodos prolongados de privación, los maratones de series para olvidar un poco la realidad o las compras de pánico. Es importante, sumar como riesgo el estrés constate por un periodo prolongado de tiempo, puesto que éste lleva a su vez, una alteración en los patrones de sueño, incluso al insomnio los cuales contribuyen a la depresión.
EL DEPRIMIDO COVID.
He de reconocer que en reuniones académicas con colegas, se hablaba de la insistencia y predominancia de algunos síntomas en los pacientes a raíz de la pandemia, pero no fue sino hasta que un analista, Juan David Nasio, radicado en Francia, a principios de este año, logró identificar todo el cuadro por el que algunos de nuestros pacientes atraviesan.
El propone darle el nombre de <<Depresión Covid>>, cuando leí su entrevista me hizo mucho ruido la “etiqueta” sobre todo por el riesgo que se mal entendiera o asociara con la condición de haber padecido Covid-19. La Depresión Covid, no implica o tiene por condición haberse contagiado.
En un par de casos, pude constatar las particularidades y porque se aleja de la depresión clásica, tal cual nosológicamente la tenemos identificada y de ahí la pertinencia de la puntualización de Nasio.
El sujeto con depresión Covid, no creen en nada más. Si bien, en el tiempo que lleva la pandemia, hemos visto como los pacientes cada vez están más angustiados y deprimidos debido a las restricciones y al confinamiento, en particular en México, le tenemos que sumar la dificultad de encontrar un hospital y tener que deambular de uno a otro con un familiar grave en búsqueda de un lugar para que reciba atención, el verse jaloneado entre la exigencia de salir del confinamiento y regresar a un esquema presencial en las oficinas y escuelas cuando se sienten desconfiados del exterior ante el riesgo del contagio; para otros, les causa desconfianza la velocidad de vacunación o las vacunas en sí mismas, el miedo al contagio de algunos al ver que muchos no usan cubre bocas o no lo portan correctamente; la pérdida de empleo de muchos y que para algunos ha implicado incluso una renuncia a la vida que conocían, entre otros muchos factores.
La depresión, se caracteriza por un empobrecimiento de las emociones y por un repliegue en sí mismo crítico, que denigra al sujeto, donde pese dormir mucho sigue cansado, se encuentra moralmente apagado, sin ganas de nada. Su tristeza es angustiada, ansiosa, atormentada e irritable, está enojado. Este enojo radica en la sensación de ser maltratado, privado. Su angustia, nace de las frutraciones, limitaciones y obstáculos que ha venido implementando forzadamente por un largo tiempo y de forma sostenida. Está enojado con el mundo y con cualquier personaje que pueda depositarle alguna participación en aquello que lo ofende. Esta dispuesto a recriminar a cualquiera por lo que sienta como ineficaz; para el deprimido Covid, a todo lo anterior es necesario sumarle que no creen en nada más.
Como fenómeno, sucede primero en la realidad material, la crisis y la emergencia de salud pública. Para quienes son muy sensibles, se produce una angustia que se acumula y, más aún, se amplifica. Llega a tal punto que, al presentarse un paroxismo, la angustia se transforma en exasperación. Aunado al enojo que viene arrastrando, esa moción agresiva es depositada en el mundo exterior hacia todos. Agotado, cansado, queda desilusionado, ha perdido toda esperanza y de ahí a la depresión.
Evidentemente, esto se agudiza y le suma otro elemento único y diferente a la tristeza y a la depresión clásica: no hay futuro. No hay un límite como en la tristeza, que una vez resuelto el motivo o tomando distancia del mismo, la emotividad triste se acaba o se diluye; se elabora a mediano plazo en el caso de la depresión clásica.
Aquí no hay horizonte que alcanzar, no podemos trazar un objetivo y la nota de incertidumbre con un futuro que no podemos definir y ni siquiera imaginar incrementa la apatía. Nos vemos atrapados en un presente incierto desde cual no hay forma de proyectar algún plan ni a corto o mediano plazo, menos a largo plazo por lo ambiguo del escenario.
Según Nasio (2021), hay una dificultad de proyectarse en el futuro porque lo no hay, no existe una línea de tiempo que podamos definir. El deprimido Covid, es un ser ahogado en el presente, uno pesado, difícil de nombrar. Justamente, para él, es necesario destrabar ese empatanamiento del presente amenazador y que pueda lograr un momento de reposo con su pasado, que se amigue con sus recuerdos, prueba palpable para cada sujeto que ha logrado construir una vida y que hay un futuro ahora lo espera.
Es un trabajo arduo, una deconstrucción de un pasado que le dé sentido al presente, que pruebe como ha logrado construir diferentes alternativas que a su vez le han dando sentido a un futuro que en su momento alcanzó.
A todos nos reconforta el sabernos esperados por otro, nos da rumbo, nos da pertenencia y sobre todo nos salva de un sentimiento de desamparo. Pese a que suene difícil de lograr, es necesario construir para el sujeto con depresión Covid, un futuro que de alguna manera en planes, expectativas o vínculos, lo espere y por lo que se sienta dispuesto a luchar.
En otro espacio, tuve la fortuna de asistir a un seminario donde el Dr. Rodrigo Rojas (APCH, APSAN, Co-director de la traducción de las OC de Donald Winnicott, Chile), nos compartía como la pandemia viene a simbolizar una quiebre de la continuidad de la existencia y, por ende, la reacción ante al ausencia del otro activa las angustias de aniquilamiento. Esa ausencia puede ser radical ante las separaciones y los momentos de confinamiento, pero también sutil ante el uso de cubre bocas puesto que diluyen el rostro.
Por ello, no sólo es importante construir las posibilidades de un futuro que nos reciba, que nos espere, que nos proteja de la ausencia radical de otro, sino también se vuelve un trabajo crucial el poder integrar las angustias del pasado, haciendo consciente sus marcas, logrando no sólo una edición de la transferencia, sino abriendo lo traumático escindido para que el espacio no se haga tan concreto que sea imposible la representación.
La pandemia ha sido un cambio violento, por la fuerza con la que se ha vivido hace necesario plantear un trabajo que logre la integración de las amenazas de aniquilamiento, puesto que ese acto violento instaura un vacío que es imprescindible pueda ser representado, articulado en la palabra para que el impacto emocional, por brutal que haya sido para cada sujeto, no se convierta en traumático, que puede ser elaborado, que pueda encontrar solución en el psiquismo de cada individuo.
Las secuelas emocionales que dejará como saldo la pandemia son inconmesurables y, habrá contenidos que al no alcanzar a ser verbalizados a tiempo y elaborados, atravesarán generaciones, por ello es importante no subestimar los conflictos emocionales para lograr atenderlos a tiempo evitando que se compliquen o que su onda expansiva afecte otras áreas de la vida o a nuestros vínculos.
Como analista, comparto y sostengo juntos a otros colegas, el imperativo de buscar seguir pensando, ligando en la palabra que nos permita simbolizar para no caer en la inmovilidad que escinde el odio y la agresión y que, incluso, desde los escenarios virtuales en el ejercicio clínico, se logre la ligadura de lo escindido en los analizantes que les evite caer en los contenidos del orden de lo sin nombre, de los contenidos que se escinden y quedan sin palabras y se convierten en una huella por completo traumática.
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